Sexualidad Transorgámica es una forma muy diferente de concebir y practicar la sexualidad, que puede traer verdadero reencatamiento, armonía y felicidad a tu relación de pareja. Transorgásmico es un término nuevo que quiere decir "más allá del orgasmo" o "trascendiendo el orgasmo" y como modelo y como práctica se basa en conocimientos de antiguas tradiciones como el Tao, el Tantra y la Alquimia, entre otras, en los descubrimientos actuales de la neurociencia sobre sexualidad y, por sobre todo, en lo que algunos hemos podido practicar y experimentar por nosotros mismos.

sábado, 3 de abril de 2010

El Drama Sexual del Patriarcado. La conección matríztica.

Nuestra forma de abordar el sexo, como humanidad, está llena de ambivalencia. Esto quiere decir que la mayoría de las veces hay un doble discurso, un “doble filo”. Por un lado están la fascinación, la atracción y el deseo; por otra parte aparece la represión, el miedo y hasta el odio al sexo, y los intentos por ponerlo bajo control. A lo largo de nuestra historia, mientras más represión existió, mientras más moralismo, leyes y tabú hubo respecto al sexo, más proliferaron la prostitución y los excesos. A épocas de relajo sexual invariablemente sucedieron épocas de puritanismo. Y hasta el día de hoy, aunque ha desaparecido la censura explícita impuesta por la autoridad, el sexo es un asunto incómodo, que por su complejidad a menudo nos somete a más de algún conflicto moral o emocional.
¿Se ha preguntado alguien por qué las religiones se han preocupado tanto por normar la vida sexual de las personas? ¿y por qué existe el machismo, la “guerra” de géneros, la denigración del sexo y la mujer, etc.? ¿Y por qué existe el énfasis, en muchas culturas tradicionalistas, en ver al sexo y a la mujer aún como "peligrosos" o "inadecuados"?

Hasta el día de hoy, y aunque nadie lo diga expresamente, sentimos que el sexo es un terreno espinoso. Con toda la buena intención nos declaramos liberados de tantas creencias del pasado, pero su sombra inconsciente nos persigue. Basta ver los chistes, los rayados en los baños públicos y la fuerte demanda de pornografía en Internet, como para ver que no todo está resuelto. Y a menudo en el plano personal la ambivalencia del sexo se presenta con las características de una adicción: logro disfrutarlo, pero con frecuencia experimento también cierta frustración conmigo mismo o mi pareja, como si la promesa que nos hace el sexo antes de hacer el amor, no estuviera siendo 100% cumplida.

El origen de esta ambivalencia puede ser rastreado hasta los comienzos de nuestra historia como sociedad patriarcal. Y es que el patriarcado, ese sistema social que se impuso aproximadamente a partir del 4to. milenio A. de C. implicó una violenta ruptura que afectó la relación del hombre con la naturaleza, incluido la propia experiencia de la sexualidad. Antes del patriarcado lo que habría existido son sociedades matrízticas que, según la socióloga e historiadora cultural Riane Eisler (2000), se caracterizaron por ser pacíficas, solidarias e igualitarias. Mantenían un contacto directo y espiritual con la naturaleza, siendo su deidad principal una especie de Diosa o Gran Madre. Consideraban que el sexo, así como todo lo que tenía que ver con el cuerpo, era sagrado, ya que provenía de la Diosa. En el arte de esos pueblos suelen figurar los motivos alegres, coloridos, representando la relación armónica entre el hombre y la naturaleza. El placer era también valorado como una celebración de la vida.
El patriarcado, en cambio, era y sigue siendo muy distinto a lo matríztico. En primer lugar se trata de sociedades jerárquicas que valoran la competencia y la guerra. Y si la guerra es su actividad principal, las personas importantes serán los individuos aptos para ella; por su fuerza física, los hombres llevan siempre la ventaja. Las mujeres, por ende, en el mundo patriarcal ocupan un lugar secundario, siendo necesario establecer un control estricto sobre ellas.

Si bien es cierto, las mujeres –decíamos- están relegadas a un segundo plano, la sociedad patriarcal no puede prescindir de ellas. Pensemos que las dos actividades principales de un patriarcado son la guerra y la esclavitud (la segunda, consecuencia de la primera) y por lo tanto se requiere un gran número de individuos. Las mujeres y la sexualidad serán así enfocadas a la función reproductiva. El patriarca tendrá muchas esposas y esclavas que le darán muchos hijos, ojala varones; las prisioneras y las mujeres de las castas más bajas proveerán también del número adecuado de esclavos o trabajadores.Por otra parte las relaciones sexuales aparecerán con la siguiente ambivalencia: cuando un hombre, fuerte, orgulloso, guerrero, tenga relaciones sexuales con una mujer, quedará de manifiesto que él es inferior a ella. Él podrá tener una sola eyaculación y caerá rendido cada vez, mientras ella tendrá siempre una disposición a querer más. Esto angustiará mucho al hombre, quien empezará a ver esta superioridad de la mujer como una amenaza. Sentirá cómo, después de eyacular, su fuerza y su voluntad ya no son las mismas, y así constantemente percibirá en la mujer a una rival, que en la lucha cuerpo a cuerpo siempre lo derrota. Para comprender esto pensemos también que la virilidad de un hombre, me refiero su propia autopercepción de fortaleza y virilidad, tiene que ver con el falo (esto ya fue estudiado ampliamente por el psicoanálisis). Cada eyaculación implicará que el falo queda fláccido, y será percibida orgánicamente como cansancio y debilidad (debemos aceptar que el orgasmo causa una serie de cambios neurológicos (que ya hemos señalado en otros artículos, que afectan la experiencia y cambian la autopercepción y percepción del mundo; hoy existe bastante investigación científica al respecto (Robinson, 2009)).

La venganza de este hombre que se siente derrotado por la mujer en lo sexual será simple: hay que reprimir el sexo y a la mujer. Dirá: “mi satisfacción es la que importa; la de ella no”. La mujer por sí misma se transforma en una piedra de tropiezo y, al mismo tiempo, una especie de objeto. La rabia inconsciente del patriarcado hacia la mujer y su sexualidad se expresa de formas diversas: a la mujer hay que denigrarla, taparla, mutilarla (como en muchos lugares de África), violentarla (como en la violación), esconderla detrás de velos y vestidos largos, usarla como moneda y botín, etc. Porque los psicólogos sabemos que ante el miedo y la angustia se presenta la reacción de querer controlar, poseer. El matrimonio, que en la sociedad tradicional ata a la mujer al dominio de un hombre, busca relegarla a la función de procreadora y criadora de los hijos. La mujer adúltera será castigada con la muerte, y la mujer que ose desafiar las leyes fácilmente se la puede tachar de bruja, escandalosa y hasta ninfómana.

El drama inconsciente de este hombre del patriarcado es sentir que el sexo es su punto débil. Para compensarlo, practicará el distanciamiento emocional. Hacer el amor de modo rápido, superficial, violento, y sin intimidad, será la característica de la sexualidad del hombre patriarcal. Muchas veces el placer será un placer sádico, porque el hombre puede demostrar su superioridad por medio de la fuerza, haciendo sufrir a la mujer. Un ejemplo es la fantasía de muchos hombres de que su pene es una especie de arma o manguera que dispara. Suponen que el volumen del semen es una señal de su potencia, o que lo es la violencia y rapidez con que “acaban”. En el contexto del patriarcado, debemos suponer que la mujer ponía a su vez sus artes en juego: seducción, celos y manipulación a través de los hijos. Era el comienzo de la guerra de los sexos.

En diversas culturas del patriarcado, un padre que, sintiéndose amenazado por sus hijos, luego los abandonaba o los devoraba, aparece como un tema mitológico recurrente (Cronos, Edipo, Urano, Zeus, etc.). En muchas especies el macho muere después de fecundar a la hembra, y así los hombres guardan un miedo ancestral, arquetípico, que se desencadena inconscientemente cada vez que eyaculan. Porque eyacular es morir (perder el falo erecto, símbolo del poder). Y si uno nace mientras el otro muere, el que muere siente que el que nace lo ha matado. El sexo con eyaculación causa angustia en el hombre patriarcal, puesto que le desencadena el miedo a morir y ser devorado. El falo yace fláccido después del orgasmo, y para evitar el sentimiento de pérdida es necesario hacer que el sexo sea sólo un trámite, una simple y rápida descarga. Así, el hombre termina rechazando emocionalmente el sexo, a la mujer y a los hijos; el acto sexual se convierte en un acto banal, rutinario, desprovisto de misterio y sensibilidad. El hombre encapsula su sexualidad en un solo lugar, la punta del pene, y en un solo momento, la eyaculación. Y como él tiene el poder físico, social, familiar, termina imponiendo su manera de vivir lo sexual: precaria, básica, animal. Hoy en día muchas mujeres corren detrás del orgasmo tratando de emular al hombre. Ellas, cuya capacidad sexual innata es inmensamente superior a la del hombre, se hallan marcadas por tantos milenios de sexualidad masculina y guerra de géneros.

Podemos ver que hombre del patriarcado es tremendamente acomplejado en el ámbito sexual, pero su problema se fundamenta en la ignorancia, a partir de una actitud errada desde el comienzo. Esta actitud es que él estableció un orden valórico basado en el poder y en la dominación. Dominación de otros hombres, de la naturaleza y de sus propios cuerpos; dominación sin comprensión, ya que no se interesaron por comprender la naturaleza, ni la sexualidad, ni las emociones, sino sólo dominarlas. Desde una perspectiva psicopatológica, podríamos decir de este hombre, que se aprecia adoptando una posición esquizo-paranoide. Se siente amenazado (por la naturaleza, por el sexo, por otros hombres) por lo que necesita hallar un punto seguro: dominar antes que ser dominado.

Las sociedades matrízticas, por el contrario, establecieron una relación armónica con la naturaleza y con el cuerpo. Son sociedades que el connotado biólogo Humberto Maturana señala en la línea de lo que él llama la biología del amor. No fueron sociedades dominadas por mujeres, porque en ese caso habrían sido matriarcales en lugar de matrízticas. Lo interesante es que esta relación de armonía con todas las cosas los llevó a desarrollar un conocimiento profundo de la naturaleza, ligado a la espiritualidad y el misticismo. Aún hoy existen vertientes de lo matríztico, que aún se conservan, que nos hablan del conocimiento que estas culturas poseían sobre el ser humano. Dos grandes ejemplos de estas vertientes son el Tantra de la India, y el Taoísmo chino.

En el caso del Tantra, estudiosos como Andreé Van Lysebeth (1990), sitúan su origen en la India pre-védica, esto es, anterior a las invasiones arias. Recordemos que los bárbaros arios invadieron la India hacia aproximadamente el II milenio A. de C., conquistando a la Civilización del Valle del Indo, una cultura de la línea matríztica. Los arios, que eran jerárquicos, politeístas y tribales, impusieron el rígido sistema de castas, que hasta la actualidad impera en la India. Ahora bien, este pueblo también absorbió parte de los conocimientos y espiritualidad de sus predecesores. El yoga hindú, por ejemplo, habría tenido también un origen pre-védico y por ende tántrico, el que sólo al sincretizarse con el mundo patriarcal adquiere un acento ascético y se termina por institucionalizar a través de sistemas. Es decir, la filosofía de la dominación y la jerarquía (propias del patriarcado y los valores guerreros")pasa a ser el fundamento del énfasis que muchas escuelas de yoga hacen, en dominar el cuerpo y las pasiones, más que de integrarlas. El Tantra o “yoga tántrico”, por el contrario, refleja de modo mucho más fiel la aproximación matríztica: integradora y aceptadora de la naturaleza, de las emociones y de la sexualidad. A pesar del sincretismo que manifiesta con las deidades del hinduismo (como Shiva y Shakti), en el culto tántrico estas últimas representan más bien principios, energías.

La sexualidad es una parte central en el culto tántrico, pero los maestros y escuelas nos revelan que el secreto no es dominar ni controlar (externamente) la sexualidad, sino iniciarnos en su conocimiento profundo. También enfatizan que, siendo la mujer sexualmente superior al hombre, es este último quien debe equipararse a ella, y no viceversa. Al referirse al placer sexual, éste constituye una vía para iluminarnos, es decir un yoga o práctica. En su mayoría señalan que se debe evitar el orgasmo, pues éste representa un obstáculo para alcanzar la iluminación. Ahora bien, para evitar confusiones hay que aclarar, que hay hoy en día muchas escuelas y maestros que utilizan en nombre tántrico pero que no comparten la visión que estamos enunciando. Esto es porque Tantra es utilizado de modo amplio, muchas veces incluso por corrientes que promueven el ascetismo.
El Taoísmo, por su parte, floreció en China y es una filosofía centrada en la observación y comprensión profunda de la naturaleza. Su influencia ha sido enorme para la cultura china, en su medicina, sus artes marciales, sus sistemas de adivinación, artes plásticas y poéticas, etc. Como filosofía plantea la existencia de dos principios: Yin (femenino) y Yang (masculino) en constante movimiento y equilibrio. Aunque el imperio chino era muy machista y patriarcal, los taoístas enfatizaron (y lo siguen haciendo) el hecho de que existe un equilibrio entre yin y yang. En el Tao Te King, su principal libro escrito por Lao Tse en el siglo VI. A. de C., encontramos pistas matrízticas, cuando menciona a “La Madre de Todas las Cosas” (Canto I) o a "la Hembra Misteriosa" (Canto VI), y su constante alusión al elemento agua, como símbolo de lo femenino. En el plano sexual, los maestros taoístas desarrollaron lo que llamaron el Tao del Amor o Kung Fu sexual, en el que son aún más explícitos al prevenir al hombre contra la eyaculación del semen. Maestros taoístas modernos, como Mantak Chia, nos enseñan cómo el hombre y la mujer, en vez de llegar al orgasmo, pueden alcanzar una experiencia superior, mediante lo que ellos llaman el “Orgasmo Valle”, el cual no tiene nada que ver con la descarga genital.

Queda claro que tanto el Tantra como el Taoísmo son filosofías pre-patriarcales, ligadas a lo matríztico, que han logrado sobrevivir hasta nuestros días. ¿Por qué justamente en ellas encontramos una aproximación a la sexualidad como algo sagrado, misterioso, extático, y por qué nos plantean hábitos sexuales tan distintos, como evitar la eyaculación y el orgasmo para así acceder a una experiencia de carácter "superior"? Son estas culturas que descienden de lo matrístico las que justamente nos están planteando un enfoque Transorgásmico (o sea, que evita y trasciende el orgasmo, tal como lo hemos estado señalando en otros artículos sobre el tema). A través de estas prácticas nos abrimos a una experiencia de lo sexual como camino de encuentro con lo sagrado, sin caer en la ambivalencia que resulta del orgasmo. El acto sexual, desde estas aproximaciones transorgásmicas, ya no causa contrariedad ni culpa, ni frustración, ni es la raíz de la rivalidad inconsciente entre el hombre y la mujer.

Pero el Tantra indio y el Tao chino no son los únicos casos de tradiciones que habrían adoptado una visión y una práctica del sexo como ámbito sagrado. Sabemos que lo matríztico existió también en Europa y el Medio Oriente, antes de las invasiones de los patriarcales semitas e indoeuropeos. Esto nos lleva a creer que un conocimiento similar al Tantra o al Tao del Amor ciertamente tiene que haber existido también en occidente y, por qué no, en todo el mundo antiguo.

Como ejemplo, en el Tantra indio el culto central está dirigido al dios Shiva y a su consorte Shakti, quienes abrazados sexualmente y en meditación mantienen al universo en perpetuo movimiento. Pero Shiva posee un paralelismo directo con Dionisios, el dios Griego del vino y del éxtasis (Danielou, 1987) Los drávidas, por su parte, habitantes de la India Pre-Védica (tántrica y matríztica), serían de un origen étnico Alpino-Meditarráneo, o sea Europeo (Vas Lysebeth, 1990). Por ende, habría suponer que las Culturas de la Europa antigua (llamada Civilización de la Europa Antigua) y del Asia Menor arcaicas, que construyeron grandes construcciones megalíticas, y que continuaron ejerciendo una influencia grande pero subterránea, a través de las grandes Herejías y Escuelas Filosóficas y Espirituales de Occidente, conocieron y practicaron una visión tántrica (o sea transorgásmica) de la sexualidad. El Culto a Dionisio, por ejemplo, el Shiva mediterráneo, con sus misterios sexuales, estaba ampliamente extendido por el mundo griego, latino y Egipcio (Danielou, 1987). En estos lugares, aunque el dominio patriarcal se hacía sentir (con sus guerras y esclavitud), habría habido pequeños grupos que, al igual que como ocurrió en India y China, conservaron un saber práctico respecto a la sexualidad, no enfocada a la reproducción sino al desarrollo interno del individuo. Esto también podemos suponerlo en base al estudio de los mitos y símbolos de esas culturas, los cuales dan pistas bastante contundentes de la presencia de un conocimiento esotérico respecto a la sexualidad (por ejemplo, en la Cábala Hebrea, en el Gnosticismo la Alquimia o el Amor Cortés). La palabra dionisíaco, por su lado, se usa hasta hoy y bien podría ser un calificativo válido para el éxtasis transorgásmico.

La conclusión final es que existe una clara conexión entre las culturas matrízticas y la sexualidad transorgásmica. El patriarcado, por parte, nos ha legado su afán por encapsular lo sexual en su aspecto más básico y animal, imponiendo como norma una sexualidad centrada en la eyaculación y el orgasmo. Esto debiera hacernos reflexionar: la esclavitud y la guerra, otras herencias del patriarcado, hace un tiempo atrás eran también aceptadas como "naturales". ¿No será hora de cuestionar también las creencias y valores que rigen nuestros hábitos sexuales?

REFERENCIAS

Danielou, A. (1987) Shiva y Dionisos. Buenos Aires: kairós
Eisler, R. (2000) El Cáliz y la Espada. Santiago: Cuatro Vientos.

Maturana, H. (2000) Prólogo, El Caliz y La Espada. Santiago: Cuatro Vientos

Robinson, M. (2009). Cupid’s Poisoned Arrow. North Atlantic Ed.

Van Lysebeth, A. (1990) Tantra, el Culto a lo Femenino. Urano Ed.

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