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A lo largo de las publicaciones de este blog, ha ido quedando claro cómo el modelo Transorgásmico de la sexualidad, presente en el Tantra, en el Tao Sexual, y en otras tradiciones que vinculan la experiencia del sexo con la trascendencia y la espiritualidad, es un modelo que contrasta con la manera que llamaremos “orgásmica”, de entender y vivir la sexualidad.
Y es que estamos frente a dos paradigmas casi por completo opuestos de lo que comprendemos por vida sexual. Se trata no sólo de algo teórico, sino eminentemente práctico: Ambas experiencias, orgásmica y transorgásmica, se viven diametralmente distinto.
En el primer caso (sexo orgásmico), el encuentro sexual culmina en el orgasmo (de uno o de ambos miembros) y el placer máximo se alcanza en el momento de la descarga. Desde el punto de vista energético, lo que tenemos es una especie de “explosión”, la cual acaba con el "fuego" sexual, que requerirá de un tiempo para recuperarse (etapa de “resolución). Debido a que el orgasmo ocasiona una serie de cambios neuroquímicos en el cerebro señalados por Robinson (2003 y 2009) [que ya hemos señalado en anteriores artículos], nuestra percepción hacia nuestra propia pareja y hacia el mundo que nos rodea, a la larga cambia radicalmente y nos produce desencanto, agotamiento y cierta sensación de pérdida y agotamiento (entre otros síntomas acumulativos).
En el segundo caso (sexo transorgásmico), el encuentro sexual se centra más bien en el intercambio afectivo y “magnetización mutua”, y el placer máximo es una experiencia de conexión y éxtasis profundo y sostenido entre los amantes, que nunca implica descarga u orgasmo convencional (podríamos hablar –como en el Tao- de un “Orgasmo Valle” o de la experiencia “multiorgásmica” de la que nos habla Mantak Chia (Abrams & Chia (1997)). Desde la perspectiva energética, tenemos –más que una explosión- una especie de “reactor nuclear” que nos lleva a mantenernos por largo tiempo en un fuego constante y maravilloso, acabando sin orgasmo, o sea sin que exista corte ni descarga, ni las indeseables consecuencias neuroquímicas. Producto de la práctica constante, nos vamos acercando cada vez más a nuestra pareja y a un bienestar generalizado, y comenzamos a entender por qué las tradiciones transorgásmicas veían la sexualidad como un camino espiritual.
El celibato y la abstinencia sexual, muchos dirán que constituyen un tercer camino, pero no lo es, ya que está en la misma lógica del primero. Muchos hombres y mujeres que renuncian al sexo, lo hacen porque están desencantados y aburridos de la práctica ordinaria. Ellos saben que cada vez que tienen sexo terminan cansados, desencantados, o a la larga pierden el interés en sus parejas, pero como ignoran que estos son los efectos típicos de la resaca orgásmica, culpan a las relaciones sexuales en general. Entonces, como muchos santos cristianos, terminan igualando vida sexual activa con pecado y concupiscencia, o con sufrimiento (o Samsara) como muchos monjes célibes budistas. La abstinencia es la reacción –más que contra el sexo en sí- contra el orgasmo, por sus efectos negativos. Por esta razón, entre orgasmo y celibato existe una relación dialéctica impuesta por la neuroquímica del cerebro: es difícil, o imposible -diría yo-, a la larga congeniar la práctica espiritual, que busca aumentar nuestro nivel de conciencia y energía, con el sexo ordinario (orgásmico) que fisiológicamente lo decrece. Por lo mismo, el paradigma o modelo imperante en el celibato sigue siendo orgásmico.
Los dos caminos, aunque nos parezca extraño, siempre han estado presentes en nuestro inconsciente colectivo. Desde la antigüedad se hablaba de dos tipos de amor, sagrado y profano, y es casi seguro que el sexo transorgásmico no fue algo desconocido, aunque se mantuvo en secreto como un Misterio al que sólo los “iniciados” podían acceder.
Ya Platón en El Banquete nos da cuenta de dos tipos de amor: el amor común, mundano, de la “Afrodita Pandemos” o "sensual", nacida de un acto carnal y el Amor de los Filósofos, de la “Afrodita Celeste”, nacida de la espuma del mar fecundada por los testículos de Urano. Luego en el Nuevo Testamento se nos habla de dos polos, la Carne y el Espíritu, donde ambos hacen nacer cosas (“Lo que nace de la carne, carne es y lo nace del espíritu, espíritu es" (Juan 3,6)). Ahora bien, nosotros hemos tendido a considerar que el sexo es siempre la Carne, ¿pero y si tuviera que ver –como plantean los tántricos- con el Espíritu? Después de todo el Espíritu no está tan exento de connotación sexual, ya que éste aparece en muchos mitos fecundando a una virgen (no sólo a María).
Esto, por supuesto puede llegar a escandalizarnos, ya que el sexo es “la cochinada” (por algo decir chistes sexuales y chistes cochinos es casi lo mismo en nuestra época). ¿Cómo el sexo podría ser asociado con la Filosofía o los Libros Sagrados? En general la Carne y el Espíritu han sido asociados a Sexo y No-Sexo respectivamente, pero esto es sólo válido desde el paradigma orgásmico de sexo=mundo, materia,sentidos y no-sexo=espíritu/conciencia, inmaterialidad. ¿Qué pasaría si nuestro inconsciente colectivo estuviera mostrándonos estos símbolos, no como aspectos contrapuestos, sino como dos extremos de un mismo continuo: la experiencia sexual?
Y es que estamos frente a dos paradigmas casi por completo opuestos de lo que comprendemos por vida sexual. Se trata no sólo de algo teórico, sino eminentemente práctico: Ambas experiencias, orgásmica y transorgásmica, se viven diametralmente distinto.
En el primer caso (sexo orgásmico), el encuentro sexual culmina en el orgasmo (de uno o de ambos miembros) y el placer máximo se alcanza en el momento de la descarga. Desde el punto de vista energético, lo que tenemos es una especie de “explosión”, la cual acaba con el "fuego" sexual, que requerirá de un tiempo para recuperarse (etapa de “resolución). Debido a que el orgasmo ocasiona una serie de cambios neuroquímicos en el cerebro señalados por Robinson (2003 y 2009) [que ya hemos señalado en anteriores artículos], nuestra percepción hacia nuestra propia pareja y hacia el mundo que nos rodea, a la larga cambia radicalmente y nos produce desencanto, agotamiento y cierta sensación de pérdida y agotamiento (entre otros síntomas acumulativos).
En el segundo caso (sexo transorgásmico), el encuentro sexual se centra más bien en el intercambio afectivo y “magnetización mutua”, y el placer máximo es una experiencia de conexión y éxtasis profundo y sostenido entre los amantes, que nunca implica descarga u orgasmo convencional (podríamos hablar –como en el Tao- de un “Orgasmo Valle” o de la experiencia “multiorgásmica” de la que nos habla Mantak Chia (Abrams & Chia (1997)). Desde la perspectiva energética, tenemos –más que una explosión- una especie de “reactor nuclear” que nos lleva a mantenernos por largo tiempo en un fuego constante y maravilloso, acabando sin orgasmo, o sea sin que exista corte ni descarga, ni las indeseables consecuencias neuroquímicas. Producto de la práctica constante, nos vamos acercando cada vez más a nuestra pareja y a un bienestar generalizado, y comenzamos a entender por qué las tradiciones transorgásmicas veían la sexualidad como un camino espiritual.
El celibato y la abstinencia sexual, muchos dirán que constituyen un tercer camino, pero no lo es, ya que está en la misma lógica del primero. Muchos hombres y mujeres que renuncian al sexo, lo hacen porque están desencantados y aburridos de la práctica ordinaria. Ellos saben que cada vez que tienen sexo terminan cansados, desencantados, o a la larga pierden el interés en sus parejas, pero como ignoran que estos son los efectos típicos de la resaca orgásmica, culpan a las relaciones sexuales en general. Entonces, como muchos santos cristianos, terminan igualando vida sexual activa con pecado y concupiscencia, o con sufrimiento (o Samsara) como muchos monjes célibes budistas. La abstinencia es la reacción –más que contra el sexo en sí- contra el orgasmo, por sus efectos negativos. Por esta razón, entre orgasmo y celibato existe una relación dialéctica impuesta por la neuroquímica del cerebro: es difícil, o imposible -diría yo-, a la larga congeniar la práctica espiritual, que busca aumentar nuestro nivel de conciencia y energía, con el sexo ordinario (orgásmico) que fisiológicamente lo decrece. Por lo mismo, el paradigma o modelo imperante en el celibato sigue siendo orgásmico.
Los dos caminos, aunque nos parezca extraño, siempre han estado presentes en nuestro inconsciente colectivo. Desde la antigüedad se hablaba de dos tipos de amor, sagrado y profano, y es casi seguro que el sexo transorgásmico no fue algo desconocido, aunque se mantuvo en secreto como un Misterio al que sólo los “iniciados” podían acceder.
Ya Platón en El Banquete nos da cuenta de dos tipos de amor: el amor común, mundano, de la “Afrodita Pandemos” o "sensual", nacida de un acto carnal y el Amor de los Filósofos, de la “Afrodita Celeste”, nacida de la espuma del mar fecundada por los testículos de Urano. Luego en el Nuevo Testamento se nos habla de dos polos, la Carne y el Espíritu, donde ambos hacen nacer cosas (“Lo que nace de la carne, carne es y lo nace del espíritu, espíritu es" (Juan 3,6)). Ahora bien, nosotros hemos tendido a considerar que el sexo es siempre la Carne, ¿pero y si tuviera que ver –como plantean los tántricos- con el Espíritu? Después de todo el Espíritu no está tan exento de connotación sexual, ya que éste aparece en muchos mitos fecundando a una virgen (no sólo a María).
Esto, por supuesto puede llegar a escandalizarnos, ya que el sexo es “la cochinada” (por algo decir chistes sexuales y chistes cochinos es casi lo mismo en nuestra época). ¿Cómo el sexo podría ser asociado con la Filosofía o los Libros Sagrados? En general la Carne y el Espíritu han sido asociados a Sexo y No-Sexo respectivamente, pero esto es sólo válido desde el paradigma orgásmico de sexo=mundo, materia,sentidos y no-sexo=espíritu/conciencia, inmaterialidad. ¿Qué pasaría si nuestro inconsciente colectivo estuviera mostrándonos estos símbolos, no como aspectos contrapuestos, sino como dos extremos de un mismo continuo: la experiencia sexual?
Los dos sexos son bastante bien ejemplificados por Mozart en La Flauta Mágica. Tamino y Pamina encarnan el camino del amor y del sexo sagrado, contrastando con Papageno y Papagena, la pareja mundana que sólo está interesada en la procreación. Las bodas sagradas, de las cuales nos hablan los cuentos de hadas, los románticos y los alquimistas, son un símbolo fuertemente arraigado en nuestra mente colectiva. Cuando estudió este arquetipo, Jung cayó en el error de restringir su significación a la esfera meramente psicológica, sin considerar la de la praxis. Las bodas alquímicas –nos señala- tendrían que ver con la unión del Inconsciente con el Consciente. Sin embargo, en la India, este mismo símbolo puede ser vivido de manera concreta a través del Maithuna, el ritual tántrico entre amantes. Los que practicamos la sexualidad transorgásmica tenemos la oportunidad, a través de una relación de pareja, de poder vivenciar el arquetipo de las bodas en toda su plenitud. Por el contrario, el matrimonio común, con su rutina sexual fundada en el orgasmo, nos aleja de poder integrar este arquetipo.
Jung señaló al final de su vida en una entrevista con el escritor Miguel Serrano, que el amor mágico/espiritual (nuestra Afrodita Celeste) era incompatible con el matrimonio (Afrodita Sensual). Desde ese momento, las bodas alquímicas quedan relegadas a un nivel intrapsíquico, y desde este punto de vista no son extrapolables a la vida en pareja, a menos que contemos con la clave que nos brinda el enfoque Transorgásmico. Jung mismo confesó haber amado alguna vez a una mujer con ese amor mágico y transformador que supone la Afrodita Celeste, pero -como dijimos- afirma categóricamente que éste no es viable entre esposos, ya que la rutina del matrimonio acabaría con él (Serrano, 1982). Obviamente, la rutina de la cual habla Jung es sin lugar a dudas la del orgasmo ordinario, que practicado de manera frecuente cambia nuestra percepción de las relaciones hacia un desencantamiento (lo contrario de la conciencia mágica del enamorado). El amor que es más capaz de hacernos soñar, aquel que nos inspira y exalta nuestra imaginación y nuestros sentidos siempre tiene un carácter no-orgásmico, y veamos que en la literatura y en el arte se refleja como un amor imposible, o de amantes que deben estar alejados, es decir, que no consuman su amor. Porque si en algún momento este amor se hiciera físico, o sea con el orgasmo frecuente, iría poco a poco perdiendo su fuerza transformadora y transfiguradora (mágica) de la realidad. Pensemos tan solo en tantos artistas, enamorados profundamente de una mujer que les inspira, hasta que deciden…hacerla su mujer. Después aparece una nueva que les produce lo mismo, y así una y otra vez repiten el drama que los lleva a vivir vidas emocionales tormentosas. Y quizás aburridos de esta dinámica digna del mítico Sísifo, finalmente optan por la soledad que les permite amar a la distancia (y evitar las consecuencias del orgasmo).
Qué distinta suerte correrían estos amantes desencantados si accedieran a la experiencia transorgásmica. Qué distinta sería una pareja que, en vez de agotarse orgásmicamente, aprendieran a magnetizarse y nutrirse mutuamente, conservando intactas sus ganas, su placer y su mágico encanto. Indudablemente una respuesta muy distinta estaría produciéndose a nivel de sus neuroquímicos. Esta respuesta operaría como un círculo virtuoso que tendería a unir más a la pareja, generándoles un sentimiento y una percepción positiva y exaltada del mundo (Robinson, 2009).
Una pista de los dos caminos o sexualidades, orgásmica y transorgásmica respectivamente, también se encuentra ilustrada en El Secreto de la Flor de Oro, un libro de alquimia chino y que se hiciera conocido por el estudio que C. G. Jung realizó sobre él. En el texto se habla de la “fuerza de los riñones” para referirse a la sexualidad, ya que en la medicina china el meridiano del riñón es aquél que rige a los órganos sexuales:
Jung señaló al final de su vida en una entrevista con el escritor Miguel Serrano, que el amor mágico/espiritual (nuestra Afrodita Celeste) era incompatible con el matrimonio (Afrodita Sensual). Desde ese momento, las bodas alquímicas quedan relegadas a un nivel intrapsíquico, y desde este punto de vista no son extrapolables a la vida en pareja, a menos que contemos con la clave que nos brinda el enfoque Transorgásmico. Jung mismo confesó haber amado alguna vez a una mujer con ese amor mágico y transformador que supone la Afrodita Celeste, pero -como dijimos- afirma categóricamente que éste no es viable entre esposos, ya que la rutina del matrimonio acabaría con él (Serrano, 1982). Obviamente, la rutina de la cual habla Jung es sin lugar a dudas la del orgasmo ordinario, que practicado de manera frecuente cambia nuestra percepción de las relaciones hacia un desencantamiento (lo contrario de la conciencia mágica del enamorado). El amor que es más capaz de hacernos soñar, aquel que nos inspira y exalta nuestra imaginación y nuestros sentidos siempre tiene un carácter no-orgásmico, y veamos que en la literatura y en el arte se refleja como un amor imposible, o de amantes que deben estar alejados, es decir, que no consuman su amor. Porque si en algún momento este amor se hiciera físico, o sea con el orgasmo frecuente, iría poco a poco perdiendo su fuerza transformadora y transfiguradora (mágica) de la realidad. Pensemos tan solo en tantos artistas, enamorados profundamente de una mujer que les inspira, hasta que deciden…hacerla su mujer. Después aparece una nueva que les produce lo mismo, y así una y otra vez repiten el drama que los lleva a vivir vidas emocionales tormentosas. Y quizás aburridos de esta dinámica digna del mítico Sísifo, finalmente optan por la soledad que les permite amar a la distancia (y evitar las consecuencias del orgasmo).
Qué distinta suerte correrían estos amantes desencantados si accedieran a la experiencia transorgásmica. Qué distinta sería una pareja que, en vez de agotarse orgásmicamente, aprendieran a magnetizarse y nutrirse mutuamente, conservando intactas sus ganas, su placer y su mágico encanto. Indudablemente una respuesta muy distinta estaría produciéndose a nivel de sus neuroquímicos. Esta respuesta operaría como un círculo virtuoso que tendería a unir más a la pareja, generándoles un sentimiento y una percepción positiva y exaltada del mundo (Robinson, 2009).
Una pista de los dos caminos o sexualidades, orgásmica y transorgásmica respectivamente, también se encuentra ilustrada en El Secreto de la Flor de Oro, un libro de alquimia chino y que se hiciera conocido por el estudio que C. G. Jung realizó sobre él. En el texto se habla de la “fuerza de los riñones” para referirse a la sexualidad, ya que en la medicina china el meridiano del riñón es aquél que rige a los órganos sexuales:
La fuerza de los riñones está bajo el signo del agua. Cuando las pulsiones se agitan, fluye hacia abajo, dirigida hacia fuera, y engendra niños. Si en el momento de la liberación no se la deja fluir hacia fuera, sino que se la conduce de vuelta mediante la fuerza del pensar, de manera que puje hacia arriba en el crisol de lo Creativo y refresque y nutra corazón y cuerpo, eso es de igual manera el método retrógrado. (Jung & Wilhelm, 1977, pág. 104)
Vemos con esto que hay dos direcciones claramente definidas: Adentro/arriba y Abajo/afuera. Es decir, el orgasmo es claramente el segundo: una fuerza centrífuga hacia fuera, mientras la experiencia transorgásmica es –como señala el texto- un movimiento retrógrado, centrípeto o hacia adentro, como la mayoría de las prácticas espirituales como la meditación o el yoga, donde hay un “centramiento”, y el cuerpo se nutre de energía, en vez de descargarla.
El místico búlgaro del siglo XX Omraam Mikaël Aïvanov, nos da un ejemplo usando la metáfora del láser: el miembro viril es como el rubí del láser, que calentado por la vagina, es capaz de proyectar luz espiritual. Sin embargo –y aquí aparecen los dos caminos- existe un láser inferior u horizontal y un láser superior o vertical. El primero es cuando las pulsiones se agitan debido a la pasión y –por medio del orgasmo- la luz se hace “líquida”, y se escapa al exterior. Esto supone una pérdida y continuar en nuestra percepción ordinaria, mundana y profana de la realidad. El segundo láser, el vertical, es –según el místico- cuando éste se proyecta a través de la columna vertebral hacia arriba, despertando y nutriendo los chakras, y abriéndonos a la percepción espiritual (Aïvanov, 1991, 124-126)
Por último, veamos el ejemplo que nos proporciona el Tarot, aquella baraja mística donde desfilan los misteriosos arquetipos que, más que un sistema adivinatorio, puede ser tomado como un libro de sabiduría. La carta VI de Los Amantes nos muestra, en la mayoría de las barajas (como la de Marsella), un hombre que debe decidir entre dos mujeres. Se sabe que una de ellas representa el deseo lascivo o amor sensual, mientras el otro es el amor o deseo espiritual. También, en barajas como la de Rider White, la carta VI muestra a una pareja desnuda, pero en perfecta armonía espiritual; atrás y sobre ellos, un ángel los bendice. Lo curioso es que a esta pareja volvemos a encontrarla en la carta XV de El Diablo, pero en este caso aparecen encadenados y amarrados al diablo, que ha tomado el lugar del ángel. Esta pareja “diabólica” claramente representa la adicción a lo mundano. Podríamos decir entonces que la carta VI donde el individuo elige entre las dos sexualidades (orgásmico/profano y transorgásmico/sagrado), da paso, en el caso de elegir el orgasmo, a la carta XV (15 es 1+5=6) donde la pareja y cada uno de los individuos ha optado por el camino de la experiencia sexual común: vivir descargando hasta que la neuroquímica nos desencanta y nos mete en la adicción sexual (en menor o mayor medida).
Las cartas XIV y XVII, la Templaza y la Estrella, nos muestran también el amor espiritual, y específicamente el sexo transorgásmico cuando aparece la imagen de la mujer que transmuta las aguas. Obviamente y gracias a C. G. Jung, sabemos que las aguas pueden relacionarse psicológica y simbólicamente con el sentimiento, las emociones y, por supuesto con la energía sexual. Transmutar o "templar" las aguas es lo que hacemos durante el acto sexual transorgásmico. La Estrella nos muestra una actitud contemplativa, espiritual, que es perfectamente compatible con cómo nos sentimos después de hacer el amor en esta otra práctica.
Indudablemente la única manera de tomar consciencia de estos dos caminos del amor sexual, es viviéndolos. Esto nos saca de nuestra postura, tan intelectual, de suponer que se trata sólo de la actitud o de las creencias. Por ejemplo, pensamos que vivir el amor sagrado es sólo asunto de fe o de declarar que es así. Puede que el cambio de creencias o actitud mental ayude, así como la oración, la meditación u otra prácticas transforman en algo nuestra percepción hacia una conciencia “de sacralizar” o “reencantar” la realidad del acto sexual. Sin embargo, si no consideramos la biología, y queremos evitar tocar el punto central que tiene que ver con si hay o no orgasmo, por mucho que deseemos practicar una aproximación espiritual o sagrada de la sexualidad, no lo conseguiremos. Estaremos yendo contra todo lo que el Tantra, el Tao, la Alquimia o tantas otras tradiciones nos dicen al respecto.
"Dos caminos se bifurcaban en un bosque y yo, Yo tomé el menos transitado, Y eso hizo toda la diferencia."
- Robert Frost
REFERENCIAS
Abrams, D. & Chia, M. (1997) El Hombre Multiorgásmico (9na. Edición). Ediciones Neo Person.
Jung, C. G. & Wilhelm, R. (1977). El Secreto de la Flor de Oro. Buenos Aires: Paidós
Aïvanov, O. M. (1991). La Luz, Espíritu Vivo. Fréjus Cedex: Provesta.
Serrano, M. (1982) El círculo hermético. Hermann Hesse-C.G.Jung. Cartas originales de dos amistades. Buenos Aires: Kier
muito bom!
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