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La pérdida de interés en mantener relaciones sexuales es uno de los problemas que más afecta a las parejas hoy en día.
Como psicólogo me ha tocado muchas veces atender a personas que dicen que, pese a que en los primeros meses o años de una relación mantenían una vida sexual bastante activa, hoy ya no se sienten atraídas por sus parejas.
¿De dónde viene esta pérdida de interés tan desconcertante? ¿Debemos culpar a al “mal sexo”, aquél donde los amantes no llegan juntos al orgasmo? ¿O debemos buscar causas psicológicas, quizás en la inmadurez afectiva o en la pérdida de contacto con su propia feminidad/masculinidad? ¿Cómo enfrentar el fenómeno desde una perspectiva más amplia?
La verdad es que frente al argumento del “mal sexo”, no existe demasiada evidencia a favor. Mucha/os de mis pacientes afirman que en el pasado han llevado vidas sexuales intensas y creen, de hecho, haber disfrutado bastante haciendo el amor. Las mujeres reportan que a menudo lograban el orgasmo, por lo que presumimos que en ningún caso eran encuentros dispares o insatisfactorios (desde la perspectiva de respuesta sexual)
Por otra parte, si lo vemos por el lado psicológico, encontraremos algunas pistas en el hecho de que a lo mejor se trata de hombres y mujeres poco maduros emocionalmente, al principio interesados en alcanzar el objetivo de poseer a sus parejas, pero luego, cuando lo consiguen, pierden el interés en ella. Esto nos lleva a pensar que quizás estamos en presencia de algún trastorno de personalidad o síntoma neurótico, donde tan rápido como se logra hacer seguro el amor, luego se lo olvida, perdiendo el interés en él… Y pensaríamos que de algún modo están transformando al compañero en una especie de objeto que una vez usado, puede ser desechado. Y -como ya dijimos- también sería posible hallar el motivo en alguna suerte de desconexión con la masculinidad/feminidad, o falta de aceptación del propio cuerpo, etc., etc. ¿Acaso estos individuos son extremadamente exigentes y a la primera falla devalúan al otro, sacándolo del pedestal donde lo han puesto? ¿Acaso están enamorado/as más bien de una proyección o imagen ideal de hombre o mujer que, reflejado en sus pareja, con el tiempo se va resquebrajando?
Quizás. La esfera psicológica ofrece éstas y muchas más interpretaciones que podrían explicar una buena parte de lo que ocurre con estos individuos. Y es siempre positivo considerarlas, así como tomar psicoterapia alguna vez en la vida para resolver muchos de estos temas que pueden obstaculizar grandemente su desarrollo y relaciones.
Ahora bien, a pesar de su relevancia, la pista psicológica no ofrece tampoco el 100% de explicación a la pérdida del deseo. Y el problema tampoco parece ser el amor, porque la mayoría de las veces quienes consultan dicen querer y amar mucho a sus parejas.
Es el sexo el problema. El sexo con su pareja no les atrae. Y casi ninguna cosa que haga ella por conquistarla y despertar su deseo parece ser una solución definitiva. Algunos sexólogos proponen esto de jugar a “innovar”, de modo de ponerse creativos, romper la rutina, irse un fin de semana a la playa, a un motel, o cosas así.
Nosotros, en cambio, con el conocimiento de la sexualidad que nos entrega el enfoque transorgásmico [discutido en este sitio-blog], estamos dispuestos a aceptar una hipótesis nueva: que la pérdida del interés sexual es uno de los efectos de la resaca orgásmica a la cual están expuestas todas las personas que llevan vidas sexuales activas y “normales”
No es un asunto psicológico (al menos no totalmente) ni tiene que ver con el buen sexo o mal sexo. Más bien se trata de una cuestión química que afecta el funcionamiento de nuestro cerebro, y que se origina en que las parejas están manteniendo relaciones sexuales con orgasmo.
El orgasmo en sí puede ser placentero, y no lo estamos condenando. Pero sepa el lector que existe una consecuencia invisible de la cual somos muy poco concientes, y es que después del orgasmo nuestro cerebro inhibe ciertas sustancias que son esenciales para sentir placer y atracción, e incluso son esenciales para sentirnos contentos y felices a largo plazo. Y esto, naturalmente afecta también la percepción. Si en un comienzo a nuestra pareja le veíamos como el ser más atractivo e interesante del planeta, pronto terminamos por aceptarlo como un “peor es nada” al que con cariño (y cierta cuota de desencanto) debemos aprender a aceptar.
Todas las parejas estables que llevan vidas sexuales activas pasan tarde o temprano por este fuerte duelo, donde poco a poco se van desencantando sexualmente de su pareja, claro que el amor y el cariño los puede mantener unidos por mucho tiempo. Y por supuesto que no estamos en contra de esto último, ya que el amor debe ser uno de los fundamentos de cualquier relación de pareja.
Pero la atracción y la sexualidad también son fundamento. No debemos caer en el conformismo que dice que toda pareja está a la larga condenada a perder su mutuo magnetismo y atracción. Así como el enamoramiento no reemplaza al amor, tampoco el amor no debiera reemplazar al enamoramiento, pues ambos son muy necesarios.
Pero volvamos al asunto del orgasmo. Marnia Robinson, escritora norteamericana y una excelente amiga, nos ha relatado con lujo de detalles los hallazgos que la ciencia actual ha hecho respecto a la conducta sexual de los mamíferos. Y en su libro “Cupid’s Poisoned Arrow” (Robinson, 2009) nos presenta una serie de de estos hallazgos que nos describen cómo algunos neurotransmisores como la Dopamina (a veces llamada la “Cocaína Interna”) son los responsables de que nos sintamos atraídos y enamorados (obviamente, en este funcionalismo también participan las hormonas sexuales como andrógenos y estrógenos). El tema es que mientras estamos bajo los efectos de la Dopamina, nos sentimos de maravilla: energéticos, inspirados, vitales, el corazón nos late con más fuerza, etc. De hecho, esto no es negativo, pues la dopamina participa en el circuito de Placer/Recompensa del cerebro, y en dosis moderadas, es necesaria para motivarnos y sentir placer. En exceso de Dopamina se dice que motiva las adicciones y conductas compulsivas.
Ahora bien, ¿qué tiene que ver esto con el sexo? Indudablemente –y esto está demostrado- la actividad sexual pone en actividad todo el sistema dopaminérgico del cerebro. El placer creciente que sentimos cuando nos excitamos tiene que ver con la acción de la Dopamina en el cerebro. Esto nos motiva a tener relaciones sexuales y éstas desembocan tarde o temprano en el orgasmo. Y aquí está el punto: el orgasmo –como también se ha investigado- implica que en nuestro cerebro ocurra una gran “explosión” de Dopamina, la cual nos entrega un potente pero corto placer. ¿Qué ocurre después? Pasado el instante de placer y conforme pasan los minutos, la horas y los días incluso, después de haber intimado sexualmente, los niveles de dopamina cerebral caen dramáticamente. O más bien, lo que tenemos es una suerte de oscilación muy
Quizás. La esfera psicológica ofrece éstas y muchas más interpretaciones que podrían explicar una buena parte de lo que ocurre con estos individuos. Y es siempre positivo considerarlas, así como tomar psicoterapia alguna vez en la vida para resolver muchos de estos temas que pueden obstaculizar grandemente su desarrollo y relaciones.
Ahora bien, a pesar de su relevancia, la pista psicológica no ofrece tampoco el 100% de explicación a la pérdida del deseo. Y el problema tampoco parece ser el amor, porque la mayoría de las veces quienes consultan dicen querer y amar mucho a sus parejas.
Es el sexo el problema. El sexo con su pareja no les atrae. Y casi ninguna cosa que haga ella por conquistarla y despertar su deseo parece ser una solución definitiva. Algunos sexólogos proponen esto de jugar a “innovar”, de modo de ponerse creativos, romper la rutina, irse un fin de semana a la playa, a un motel, o cosas así.
Nosotros, en cambio, con el conocimiento de la sexualidad que nos entrega el enfoque transorgásmico [discutido en este sitio-blog], estamos dispuestos a aceptar una hipótesis nueva: que la pérdida del interés sexual es uno de los efectos de la resaca orgásmica a la cual están expuestas todas las personas que llevan vidas sexuales activas y “normales”
No es un asunto psicológico (al menos no totalmente) ni tiene que ver con el buen sexo o mal sexo. Más bien se trata de una cuestión química que afecta el funcionamiento de nuestro cerebro, y que se origina en que las parejas están manteniendo relaciones sexuales con orgasmo.
El orgasmo en sí puede ser placentero, y no lo estamos condenando. Pero sepa el lector que existe una consecuencia invisible de la cual somos muy poco concientes, y es que después del orgasmo nuestro cerebro inhibe ciertas sustancias que son esenciales para sentir placer y atracción, e incluso son esenciales para sentirnos contentos y felices a largo plazo. Y esto, naturalmente afecta también la percepción. Si en un comienzo a nuestra pareja le veíamos como el ser más atractivo e interesante del planeta, pronto terminamos por aceptarlo como un “peor es nada” al que con cariño (y cierta cuota de desencanto) debemos aprender a aceptar.
Todas las parejas estables que llevan vidas sexuales activas pasan tarde o temprano por este fuerte duelo, donde poco a poco se van desencantando sexualmente de su pareja, claro que el amor y el cariño los puede mantener unidos por mucho tiempo. Y por supuesto que no estamos en contra de esto último, ya que el amor debe ser uno de los fundamentos de cualquier relación de pareja.
Pero la atracción y la sexualidad también son fundamento. No debemos caer en el conformismo que dice que toda pareja está a la larga condenada a perder su mutuo magnetismo y atracción. Así como el enamoramiento no reemplaza al amor, tampoco el amor no debiera reemplazar al enamoramiento, pues ambos son muy necesarios.
Pero volvamos al asunto del orgasmo. Marnia Robinson, escritora norteamericana y una excelente amiga, nos ha relatado con lujo de detalles los hallazgos que la ciencia actual ha hecho respecto a la conducta sexual de los mamíferos. Y en su libro “Cupid’s Poisoned Arrow” (Robinson, 2009) nos presenta una serie de de estos hallazgos que nos describen cómo algunos neurotransmisores como la Dopamina (a veces llamada la “Cocaína Interna”) son los responsables de que nos sintamos atraídos y enamorados (obviamente, en este funcionalismo también participan las hormonas sexuales como andrógenos y estrógenos). El tema es que mientras estamos bajo los efectos de la Dopamina, nos sentimos de maravilla: energéticos, inspirados, vitales, el corazón nos late con más fuerza, etc. De hecho, esto no es negativo, pues la dopamina participa en el circuito de Placer/Recompensa del cerebro, y en dosis moderadas, es necesaria para motivarnos y sentir placer. En exceso de Dopamina se dice que motiva las adicciones y conductas compulsivas.
Ahora bien, ¿qué tiene que ver esto con el sexo? Indudablemente –y esto está demostrado- la actividad sexual pone en actividad todo el sistema dopaminérgico del cerebro. El placer creciente que sentimos cuando nos excitamos tiene que ver con la acción de la Dopamina en el cerebro. Esto nos motiva a tener relaciones sexuales y éstas desembocan tarde o temprano en el orgasmo. Y aquí está el punto: el orgasmo –como también se ha investigado- implica que en nuestro cerebro ocurra una gran “explosión” de Dopamina, la cual nos entrega un potente pero corto placer. ¿Qué ocurre después? Pasado el instante de placer y conforme pasan los minutos, la horas y los días incluso, después de haber intimado sexualmente, los niveles de dopamina cerebral caen dramáticamente. O más bien, lo que tenemos es una suerte de oscilación muy
marcada entre momentos en que la dopamina está baja y otros en que vuelve a estar alta (Robinson, 2009)
Ahora bien, ¿Cuáles son los efectos psicológicos de esta oscilación? Podríamos decir que con la dopamina alta volvemos a sentirnos estimulados, activos, motivados, mientras que con la dopamina baja ocurre lo opuesto: debido a la falta, también las endorfinas del cuerpo disminuyen, lo que trae como consecuencia un sentimiento de displacer, incomodidad o susceptibilidad frente a los estímulos. Esta oscilación nos trae una suerte de bipolaridad que afecta nuestro estado de ánimo y nuestra percepción de nosotros mismos, de nuestra pareja, y de la relación. Y puede que a la larga nos sintamos confundidos y que inconscientemente empecemos a desarrollar una cierta distancia emocional o sexual con nuestra pareja. Y aunque los primeros meses de la relación pueden verse buenos, los efectos más fuertes pueden venir tardíamente. Marnia en su libro nos entrega muchísima más información, evidencias científicas y testimonios al respecto.
La psicología, por su parte, nos señala que el displacer y la incomodidad a la larga operan como estímulos aversivos, que en este caso por condicionamiento clásico uno termina asociando inconscientemente con la pareja o con la sexualidad entre ambos. El displacer puede enfocarse en la pareja, en la relación, o en la misma esfera sexual. Ese displacer empieza a tomar forma en lo que solemos denominar “rutina” y que no es otra cosa que un efecto característico de la “Resaca Orgásmica” (Robinson, 2009).
Es relevante que desde hace milenios, los maestros taoístas Chinos han venido describiendo los efectos negativos del orgasmo y señalan que en éste, (que ellos asocian a la eyaculación, pero que se refiere en sí a la “explosión” orgásmica o descarga energética en ambos sexos) ocurre una pérdida de energía yang que debilita la atracción. En ese sentido, Abrams & Chia (1997) dice que la atracción depende de la fuerza de la carga yin-yang entre y en los amantes, y plantea que la eyaculación debilita la energía yang (pero también la mujer se ve afectada si tiene descargas orgásmicas como las del hombre).
Otro de los efectos de la Resaca Orgásmica, el cual ya hemos explicado en otros artículos, acá conviene volver a mencionarlo. Nos referimos al llamado Efecto Coolidge, el cual señala que si nosotros estimulamos a un individuo sexualmente para que copule hasta el agotamiento con una misma pareja, llegará un momento en que perderá todo interés por esa pareja. Aun estando en celo, se mostrará completamente indiferente hacia ella. Sin embargo, si ponemos frente a él otra hembra (en el caso del macho), la atracción mágicamente retorna, y dicho individuo comenzará un nuevo ciclo de cortejo-apareamiento (Robinson, 2009)
El Efecto Coolidge no es un invento nuestro, ha sido diseñado por la evolución como parte normal de la conducta sexual de los mamíferos. Las investigaciones revelan que opera a nivel del sistema límbico, a través de los mecanismos de la Dopamina (que ya describimos), la Prolactina, y otras hormonas y neurotransmisores que regulan los mecanismos de atracción/aversión. Los humanos también tenemos un sistema límbico o “cerebro primitivo”, el cual regula muchas de nuestras funciones instintivas como aquella que tiene que ver con la atracción sexual. Está 100% claro entonces, que el Efecto Coolidge (o alguno muy similar) trabaja también en nosotros, sólo que de un modo casi inconsciente e imperceptible. ¿La razón del mecanismo? Muy simple: a la evolución le conviene que un individuo constantemente se aparee con distintas parejas, porque así aumenta la variabilidad de los genes de la descendencia, incrementando de paso las probabilidades de subsistencia de la especie.
Observemos nada más como el Efecto Coolidge se da en las relaciones y marca fuertemente a los matrimonios y a las parejas que llevan largo tiempo juntas. Veamos que a menudo la actividad y el entusiasmo sexual tienden a decaer, o se mantiene en frecuencia, pero no necesariamente en calidad. ¿Ficción? No lo creo tanto. Lo he podido ver muy de cerca en mi consulta psicológica: mujeres u hombres que después de algunos años de relación tienen grandes dificultades para sentirse atraídos por su propia pareja (a la cual aman), pero que sin embargo de pronto se sienten fuertemente atraídos por un tercero en el trabajo, en una fiesta, etc., etc.
Lo que yo como psicólogo de parejas he podido observar, es que habitualmente un miembro de la pareja (a menudo el más sensible) empieza a sentirse incómodo con las relaciones sexuales, y poco a poco empieza a sentirse mejor llevando una vida de abstinencia, aun al interior de la pareja. Es lo que le ocurre a muchas mujeres que, pese a que aman y admiran a sus maridos, no sienten ya las mismas ganas de antes a la hora de hacer el amor. Por otro lado, el otro miembro de la pareja, con más frecuencia el hombre, resuelve el tema por la vía de la infidelidad. El Efecto Coolidge le impide sentirse atraído por la mujer con la que convive, pero se siente estimulado a tener múltiples aventuras y encuentros ocasionales con otras mujeres, a las que no verá de manera estable. Por un asunto de “masculinidad” –como él le llama- igual sigue manteniendo relaciones con su mujer, como rutina, aún cuando ya no esté enamorado de ésta. Quizás él con frecuencia se masturba, y consume kilos de pornografía para sobrellevar su desidia. Por mientras, la relación se enfría y aparecen los problemas que se disfrazarán de “incompatibilidad”, “falta de comunicación”, “necesidad de espacio personal”, “conductas de manipulación”, entre otras.
Taoístas modernos como Mantak Chia señalan paralelamente que lo que ocurre entre hombres y mujeres es que poseen distintos flujos de energía: en los hombres -dice Chia- la energía va del cielo a la tierra, y por eso el hombre tiende siempre a querer descargar su energía sexual y funciona mucho "desde la cintura para abajo". En la mujer ocurre que la energía va desde la tierra al cielo, por lo que a menudo se queda con la experiencia más bien romántica o afectiva de la sexualidad, es decir "de la cintura para arriba". La desarmonía comienza a hacerse notoria cuando en la sexualidad ambos flujos se polarizan, entonces los hombres se vuelven excesivamente físicos y carnales, pero con poca implicación emocional, mientras muchas mujeres empiezan a experimentar síntomas de falta de deseo sexual y lo reemplazan con el mero afecto. El punto crucial será cómo hacer para que la sexualidad equilibre esas tendencias tan lineales y las transforme en un circuito donde ambos miembros de la pareja puedan encontrarse energéticamente el uno al otro.
Quizás estamos exagerando demasiado el retrato y estamos olvidando a las grandes excepciones. Tiendo a pensar que no son tan comunes y que un matrimonio feliz es, a todas luces, la excepción a la regla. Y a veces esa felicidad pasa por una suerte de renuncia al sexo, por encerrarse en el trabajo, en la vocación social o en el cuidado de los niños, o a veces encontrar un trabajo lejos y pasársela viajando, o quién sabe. Muy a menudo, la frase “Hoy no, cariño, estoy cansado(a)” empieza a ser frecuente.
El orgasmo es, para Marnia Robinson, “La flecha envenenada de Cupido”, aquella que a la larga termina separando a los amantes o disminuyendo su entusiasmo hacia el sexo. No obstante, esta flecha puede ser evitada sin tener que renunciar al placer o al contacto físico sexual. ¿Cómo? Siguiendo el camino que los taoístas y los tántricos ya trazaron: practicar el sexo sin llegar al orgasmo.
Así de simple, claro que al decirlo nos viene una especie de espasmo o escalofrío y nos preguntamos si eso no es lo mismo que renunciar al mejor placer del sexo. La respuesta categórica es un rotundo NO. Orgasmo no es la única alternativa para lograr placer o satisfacción. Incluso es a la inversa: el orgasmo, la mayoría de la veces –si no siempre- nos impide alcanzar la verdadera dicha y el verdadero placer sexual. Nos ofrece un placer breve y localizado que puede ser intenso, explosivo, pero es en sí mismo fugaz. No representa una experiencia transformadora. Tan rápido como lo logramos, tan rápido se desvanece. Después de la relación sexual, la realidad vuelve a parecernos tanto o más dura y decepcionante que antes. Aparte de sentirnos un poco más relajados y aliviados (ya que quedamos sin energía), yo no veo cuál es el placer. Cualquiera que haya vivido una luna de miel ardiente, con muchos orgasmos, estará de acuerdo en que hay una especie de decepción que inunda a los amantes después de un tiempo, y que no tiene que ver con el amor ni la compatibilidad directamente. Estamos frente a un fenómeno neuroquímico.
¿Y si no es el orgasmo, qué es? La alternativa se llama “Experiencia o Sexualidad Transorgásmica”, que es un nombre creado por mí el año 2003, pero que intenta mostrar que es posible ir más allá del orgasmo, y abrirse a un placer y un disfrutar de las relaciones sexuales hasta ahora desconocido por la mayoría de los occidentales. Los tántricos y los taoístas lo han sabido desde siempre, y a través de sus prácticas y sus filosofías lo han enseñado. El problema es que en Occidente no hay una palabra que pueda equipararse y que pueda expresar la esencia de lo que este tipo de sexualidad es. Por lo demás, el Tantra y el Tao pueden parecernos lejanos y excéntricos, más que nada porque existe una gran diferencia cultural entre nosotros y ellos, y porque las palabras y expresiones están en idiomas ajenos, así como su idiosincrasia y religiosidad. Por eso, si decimos sólo “Sexualidad Transorgásmica”, se nos ilumina a fondo a qué apunta este tipo de sexualidad, desde el punto de vista conductual.
Y es que la sexualidad transorgásmica tiene que ver con trascender o ir “más allá” del sexo orgásmico, abriéndonos a una experiencia más rica, transformadora y trascendente de nuestras relaciones sexuales. Al hacer el amor sin llegar al orgasmo, podemos mantenernos durante muchos minutos y hasta horas unidos a nuestra pareja. A través de la respiración y el movimiento rítmico vamos entrando en un estado mental más profundo, extático. Poco a poco nos vamos dejando mecer y estremecer por sucesivas olas de placer que no se limitan a la zona genital, como en la relación convencional, sino que invaden todo nuestro cuerpo. Uno se mantiene en un límite justo por debajo del umbral del de la descarga, con lo que podemos experimentar todo el placer de los suaves estremecimientos eróticos (que los taoístas dicen que son los verdaderos orgasmos), estando en profunda conexión emocional, física y espiritual con nuestra pareja, pero con total control y conciencia de nosotros mismos. Aunque parezca extraño, el fuego sexual que se consigue en la medida que dominamos la práctica, es mucho mayor y la satisfacción también mucho mayor que lo que logramos con una práctica de sexo común “caliente” con orgasmo.
Al no “acabar” en el orgasmo, no se experimenta ningún corte abrupto entre el antes y el después. Es uno el que puede elegir cuándo quiere parar, y retirarse sin haber descargado la energía sexual. Es decir, la sensación magnética que nos recorre de pies a cabeza durante el acto, no se pierde sino que se conserva, volviendo a la normalidad poco a poco. La respiración profunda nos permite relajarnos y sentirnos tan bien como después de una sesión en el gimnasio, pero sumándole todo el placer del sexo y el amor. En un nivel neuroquímico y hormonal, sustancias como las endorfinas y la oxitocina nos hacen sentir mucha satisfacción y deseo de estar más cercas de nuestro amante (a diferencia del sexo común, donde a muchos le dan ganas de dormirse aparte o salir corriendo).
La experiencia transorgásmica no es tampoco una experiencia donde haya que estar reprimiéndose, ya que una vez que hemos educado el cuerpo y la mente, fluye de modo tan natural, que no hay siquiera que pensar en evitar o controlar… Es tan natural como la habilidad de no orinarse los pantalones, caminar o mantener el equilibrio. Cuando ya nos hemos habituado a hacer el amor de esta manera, volver a la antigua práctica con orgasmo nos parecerá antinatural y hasta desagradable. La resaca orgásmica nos parecerá algo tremendamente evidente, que querremos evitar a toda costa. La descarga orgásmica será tan poco atractiva para nosotros como emborracharse con alcohol barato es para un buen catador de vinos.
La experiencia transorgásmica es también una buena solución para la pérdida de interés por la pareja. Haciendo el amor sin orgasmo engañamos a la naturaleza. La hacemos creer que estamos siempre como comenzando una nueva relación, tal como fue la primera vez que nos enamoramos con nuestra pareja. Y la atracción en vez de desaparecer, con el tiempo mejora. Los taoístas dice que incluso a los 60 años, la sexualidad es más satisfactoria e intensa que en la juventud.
Y engañar a la naturaleza significa que evitamos la bipolaridad entre mínimos y máximos de la Dopamina, así como el Efecto Coolidge. De verdad que estar enamorados para toda la vida y conservar la natural atracción con el mismo compañero es posible mediante la el método de La Sexualidad Transorgásmica, la cual es realmente benéfica para las parejas, cualquiera sea su condición (incluso si hay problemas entre ambos, éstos de seguro serán más manejables).
Ahora bien, ¿cómo hacer para que una mujer recupere el deseo a corto plazo? Quizás las recomendaciones de los sexólogos de cambiar la rutina puedan ayudar, así como también los ejercicios para desbloquear la cadera (el yoga o la terapia corporal reichiana son buenas alternativas), o quizás la psicoterapia sirva de gran ayuda. Sin embargo, para mi opinión, si no cambiamos el esquema de fondo de nuestras relaciones sexuales hacia un enfoque transorgásmico, los resultados puede que no sean definitivos. En otras palabras, puede que tengamos nuevamente relaciones sexuales, pero de calidad discutible. O puede que otros síntomas de la Resaca Orgásmica aparezcan, como peleas y luchas de poder, control y manipulación, depresión, hipersensibilidad, etc.
La invitación concreta es a practicar la Sexualidad Transorgásmica y probar sus beneficios.
REFERENCIAS:
Abrams, D. & Chia, M. (1997) El Hombre Multiorgásmico (9na. Edición). Ediciones Neo Person.
Robinson, M. (2009) Cupid’s Poisoned Arrow. Berkeley: North Atlantic Books.
Ahora bien, ¿Cuáles son los efectos psicológicos de esta oscilación? Podríamos decir que con la dopamina alta volvemos a sentirnos estimulados, activos, motivados, mientras que con la dopamina baja ocurre lo opuesto: debido a la falta, también las endorfinas del cuerpo disminuyen, lo que trae como consecuencia un sentimiento de displacer, incomodidad o susceptibilidad frente a los estímulos. Esta oscilación nos trae una suerte de bipolaridad que afecta nuestro estado de ánimo y nuestra percepción de nosotros mismos, de nuestra pareja, y de la relación. Y puede que a la larga nos sintamos confundidos y que inconscientemente empecemos a desarrollar una cierta distancia emocional o sexual con nuestra pareja. Y aunque los primeros meses de la relación pueden verse buenos, los efectos más fuertes pueden venir tardíamente. Marnia en su libro nos entrega muchísima más información, evidencias científicas y testimonios al respecto.
La psicología, por su parte, nos señala que el displacer y la incomodidad a la larga operan como estímulos aversivos, que en este caso por condicionamiento clásico uno termina asociando inconscientemente con la pareja o con la sexualidad entre ambos. El displacer puede enfocarse en la pareja, en la relación, o en la misma esfera sexual. Ese displacer empieza a tomar forma en lo que solemos denominar “rutina” y que no es otra cosa que un efecto característico de la “Resaca Orgásmica” (Robinson, 2009).
Es relevante que desde hace milenios, los maestros taoístas Chinos han venido describiendo los efectos negativos del orgasmo y señalan que en éste, (que ellos asocian a la eyaculación, pero que se refiere en sí a la “explosión” orgásmica o descarga energética en ambos sexos) ocurre una pérdida de energía yang que debilita la atracción. En ese sentido, Abrams & Chia (1997) dice que la atracción depende de la fuerza de la carga yin-yang entre y en los amantes, y plantea que la eyaculación debilita la energía yang (pero también la mujer se ve afectada si tiene descargas orgásmicas como las del hombre).
Otro de los efectos de la Resaca Orgásmica, el cual ya hemos explicado en otros artículos, acá conviene volver a mencionarlo. Nos referimos al llamado Efecto Coolidge, el cual señala que si nosotros estimulamos a un individuo sexualmente para que copule hasta el agotamiento con una misma pareja, llegará un momento en que perderá todo interés por esa pareja. Aun estando en celo, se mostrará completamente indiferente hacia ella. Sin embargo, si ponemos frente a él otra hembra (en el caso del macho), la atracción mágicamente retorna, y dicho individuo comenzará un nuevo ciclo de cortejo-apareamiento (Robinson, 2009)
El Efecto Coolidge no es un invento nuestro, ha sido diseñado por la evolución como parte normal de la conducta sexual de los mamíferos. Las investigaciones revelan que opera a nivel del sistema límbico, a través de los mecanismos de la Dopamina (que ya describimos), la Prolactina, y otras hormonas y neurotransmisores que regulan los mecanismos de atracción/aversión. Los humanos también tenemos un sistema límbico o “cerebro primitivo”, el cual regula muchas de nuestras funciones instintivas como aquella que tiene que ver con la atracción sexual. Está 100% claro entonces, que el Efecto Coolidge (o alguno muy similar) trabaja también en nosotros, sólo que de un modo casi inconsciente e imperceptible. ¿La razón del mecanismo? Muy simple: a la evolución le conviene que un individuo constantemente se aparee con distintas parejas, porque así aumenta la variabilidad de los genes de la descendencia, incrementando de paso las probabilidades de subsistencia de la especie.
Observemos nada más como el Efecto Coolidge se da en las relaciones y marca fuertemente a los matrimonios y a las parejas que llevan largo tiempo juntas. Veamos que a menudo la actividad y el entusiasmo sexual tienden a decaer, o se mantiene en frecuencia, pero no necesariamente en calidad. ¿Ficción? No lo creo tanto. Lo he podido ver muy de cerca en mi consulta psicológica: mujeres u hombres que después de algunos años de relación tienen grandes dificultades para sentirse atraídos por su propia pareja (a la cual aman), pero que sin embargo de pronto se sienten fuertemente atraídos por un tercero en el trabajo, en una fiesta, etc., etc.
Lo que yo como psicólogo de parejas he podido observar, es que habitualmente un miembro de la pareja (a menudo el más sensible) empieza a sentirse incómodo con las relaciones sexuales, y poco a poco empieza a sentirse mejor llevando una vida de abstinencia, aun al interior de la pareja. Es lo que le ocurre a muchas mujeres que, pese a que aman y admiran a sus maridos, no sienten ya las mismas ganas de antes a la hora de hacer el amor. Por otro lado, el otro miembro de la pareja, con más frecuencia el hombre, resuelve el tema por la vía de la infidelidad. El Efecto Coolidge le impide sentirse atraído por la mujer con la que convive, pero se siente estimulado a tener múltiples aventuras y encuentros ocasionales con otras mujeres, a las que no verá de manera estable. Por un asunto de “masculinidad” –como él le llama- igual sigue manteniendo relaciones con su mujer, como rutina, aún cuando ya no esté enamorado de ésta. Quizás él con frecuencia se masturba, y consume kilos de pornografía para sobrellevar su desidia. Por mientras, la relación se enfría y aparecen los problemas que se disfrazarán de “incompatibilidad”, “falta de comunicación”, “necesidad de espacio personal”, “conductas de manipulación”, entre otras.
Taoístas modernos como Mantak Chia señalan paralelamente que lo que ocurre entre hombres y mujeres es que poseen distintos flujos de energía: en los hombres -dice Chia- la energía va del cielo a la tierra, y por eso el hombre tiende siempre a querer descargar su energía sexual y funciona mucho "desde la cintura para abajo". En la mujer ocurre que la energía va desde la tierra al cielo, por lo que a menudo se queda con la experiencia más bien romántica o afectiva de la sexualidad, es decir "de la cintura para arriba". La desarmonía comienza a hacerse notoria cuando en la sexualidad ambos flujos se polarizan, entonces los hombres se vuelven excesivamente físicos y carnales, pero con poca implicación emocional, mientras muchas mujeres empiezan a experimentar síntomas de falta de deseo sexual y lo reemplazan con el mero afecto. El punto crucial será cómo hacer para que la sexualidad equilibre esas tendencias tan lineales y las transforme en un circuito donde ambos miembros de la pareja puedan encontrarse energéticamente el uno al otro.
Quizás estamos exagerando demasiado el retrato y estamos olvidando a las grandes excepciones. Tiendo a pensar que no son tan comunes y que un matrimonio feliz es, a todas luces, la excepción a la regla. Y a veces esa felicidad pasa por una suerte de renuncia al sexo, por encerrarse en el trabajo, en la vocación social o en el cuidado de los niños, o a veces encontrar un trabajo lejos y pasársela viajando, o quién sabe. Muy a menudo, la frase “Hoy no, cariño, estoy cansado(a)” empieza a ser frecuente.
El orgasmo es, para Marnia Robinson, “La flecha envenenada de Cupido”, aquella que a la larga termina separando a los amantes o disminuyendo su entusiasmo hacia el sexo. No obstante, esta flecha puede ser evitada sin tener que renunciar al placer o al contacto físico sexual. ¿Cómo? Siguiendo el camino que los taoístas y los tántricos ya trazaron: practicar el sexo sin llegar al orgasmo.
Así de simple, claro que al decirlo nos viene una especie de espasmo o escalofrío y nos preguntamos si eso no es lo mismo que renunciar al mejor placer del sexo. La respuesta categórica es un rotundo NO. Orgasmo no es la única alternativa para lograr placer o satisfacción. Incluso es a la inversa: el orgasmo, la mayoría de la veces –si no siempre- nos impide alcanzar la verdadera dicha y el verdadero placer sexual. Nos ofrece un placer breve y localizado que puede ser intenso, explosivo, pero es en sí mismo fugaz. No representa una experiencia transformadora. Tan rápido como lo logramos, tan rápido se desvanece. Después de la relación sexual, la realidad vuelve a parecernos tanto o más dura y decepcionante que antes. Aparte de sentirnos un poco más relajados y aliviados (ya que quedamos sin energía), yo no veo cuál es el placer. Cualquiera que haya vivido una luna de miel ardiente, con muchos orgasmos, estará de acuerdo en que hay una especie de decepción que inunda a los amantes después de un tiempo, y que no tiene que ver con el amor ni la compatibilidad directamente. Estamos frente a un fenómeno neuroquímico.
¿Y si no es el orgasmo, qué es? La alternativa se llama “Experiencia o Sexualidad Transorgásmica”, que es un nombre creado por mí el año 2003, pero que intenta mostrar que es posible ir más allá del orgasmo, y abrirse a un placer y un disfrutar de las relaciones sexuales hasta ahora desconocido por la mayoría de los occidentales. Los tántricos y los taoístas lo han sabido desde siempre, y a través de sus prácticas y sus filosofías lo han enseñado. El problema es que en Occidente no hay una palabra que pueda equipararse y que pueda expresar la esencia de lo que este tipo de sexualidad es. Por lo demás, el Tantra y el Tao pueden parecernos lejanos y excéntricos, más que nada porque existe una gran diferencia cultural entre nosotros y ellos, y porque las palabras y expresiones están en idiomas ajenos, así como su idiosincrasia y religiosidad. Por eso, si decimos sólo “Sexualidad Transorgásmica”, se nos ilumina a fondo a qué apunta este tipo de sexualidad, desde el punto de vista conductual.
Y es que la sexualidad transorgásmica tiene que ver con trascender o ir “más allá” del sexo orgásmico, abriéndonos a una experiencia más rica, transformadora y trascendente de nuestras relaciones sexuales. Al hacer el amor sin llegar al orgasmo, podemos mantenernos durante muchos minutos y hasta horas unidos a nuestra pareja. A través de la respiración y el movimiento rítmico vamos entrando en un estado mental más profundo, extático. Poco a poco nos vamos dejando mecer y estremecer por sucesivas olas de placer que no se limitan a la zona genital, como en la relación convencional, sino que invaden todo nuestro cuerpo. Uno se mantiene en un límite justo por debajo del umbral del de la descarga, con lo que podemos experimentar todo el placer de los suaves estremecimientos eróticos (que los taoístas dicen que son los verdaderos orgasmos), estando en profunda conexión emocional, física y espiritual con nuestra pareja, pero con total control y conciencia de nosotros mismos. Aunque parezca extraño, el fuego sexual que se consigue en la medida que dominamos la práctica, es mucho mayor y la satisfacción también mucho mayor que lo que logramos con una práctica de sexo común “caliente” con orgasmo.
Al no “acabar” en el orgasmo, no se experimenta ningún corte abrupto entre el antes y el después. Es uno el que puede elegir cuándo quiere parar, y retirarse sin haber descargado la energía sexual. Es decir, la sensación magnética que nos recorre de pies a cabeza durante el acto, no se pierde sino que se conserva, volviendo a la normalidad poco a poco. La respiración profunda nos permite relajarnos y sentirnos tan bien como después de una sesión en el gimnasio, pero sumándole todo el placer del sexo y el amor. En un nivel neuroquímico y hormonal, sustancias como las endorfinas y la oxitocina nos hacen sentir mucha satisfacción y deseo de estar más cercas de nuestro amante (a diferencia del sexo común, donde a muchos le dan ganas de dormirse aparte o salir corriendo).
La experiencia transorgásmica no es tampoco una experiencia donde haya que estar reprimiéndose, ya que una vez que hemos educado el cuerpo y la mente, fluye de modo tan natural, que no hay siquiera que pensar en evitar o controlar… Es tan natural como la habilidad de no orinarse los pantalones, caminar o mantener el equilibrio. Cuando ya nos hemos habituado a hacer el amor de esta manera, volver a la antigua práctica con orgasmo nos parecerá antinatural y hasta desagradable. La resaca orgásmica nos parecerá algo tremendamente evidente, que querremos evitar a toda costa. La descarga orgásmica será tan poco atractiva para nosotros como emborracharse con alcohol barato es para un buen catador de vinos.
La experiencia transorgásmica es también una buena solución para la pérdida de interés por la pareja. Haciendo el amor sin orgasmo engañamos a la naturaleza. La hacemos creer que estamos siempre como comenzando una nueva relación, tal como fue la primera vez que nos enamoramos con nuestra pareja. Y la atracción en vez de desaparecer, con el tiempo mejora. Los taoístas dice que incluso a los 60 años, la sexualidad es más satisfactoria e intensa que en la juventud.
Y engañar a la naturaleza significa que evitamos la bipolaridad entre mínimos y máximos de la Dopamina, así como el Efecto Coolidge. De verdad que estar enamorados para toda la vida y conservar la natural atracción con el mismo compañero es posible mediante la el método de La Sexualidad Transorgásmica, la cual es realmente benéfica para las parejas, cualquiera sea su condición (incluso si hay problemas entre ambos, éstos de seguro serán más manejables).
Ahora bien, ¿cómo hacer para que una mujer recupere el deseo a corto plazo? Quizás las recomendaciones de los sexólogos de cambiar la rutina puedan ayudar, así como también los ejercicios para desbloquear la cadera (el yoga o la terapia corporal reichiana son buenas alternativas), o quizás la psicoterapia sirva de gran ayuda. Sin embargo, para mi opinión, si no cambiamos el esquema de fondo de nuestras relaciones sexuales hacia un enfoque transorgásmico, los resultados puede que no sean definitivos. En otras palabras, puede que tengamos nuevamente relaciones sexuales, pero de calidad discutible. O puede que otros síntomas de la Resaca Orgásmica aparezcan, como peleas y luchas de poder, control y manipulación, depresión, hipersensibilidad, etc.
La invitación concreta es a practicar la Sexualidad Transorgásmica y probar sus beneficios.
REFERENCIAS:
Abrams, D. & Chia, M. (1997) El Hombre Multiorgásmico (9na. Edición). Ediciones Neo Person.
Robinson, M. (2009) Cupid’s Poisoned Arrow. Berkeley: North Atlantic Books.
ummm vaya solucion no tener orgasmos k es lo mejor que hay en la vida .esta teoria se la dejo para monjas y curas.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarEl tema del orgasmo es muy distinto entre el hombre y la mujer, mientras el hombre demora un largo rato para tener otra relacion sexual, la mujer inmediatamente despues del un orgasmo puede tener otro y asi sucesivamente, creó que este pricincipio del transorgasmo, corre mas para el hombre que para la mujer y lo encuentro un muy buen metodo para el hombre.
ResponderEliminarEl tema del orgasmo es muy distinto entre el hombre y la mujer, mientras el hombre demora un largo rato para tener otra relacion sexual, la mujer inmediatamente despues del un orgasmo puede tener otro y asi sucesivamente, creó que este pricincipio del transorgasmo, corre mas para el hombre que para la mujer y lo encuentro un muy buen metodo para el hombre.
ResponderEliminarMe gustó mucho.
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