“Sexualidad transorgásmica” o “sexo transorgásmico” es un término que hemos inventado para poder dar cuenta de una experiencia y de una práctica o disciplina que pone en cuestionamiento todo lo que hemos aprendido sobre sexualidad y relaciones sexuales. Este cuestionamiento no es superficial: es decir, no se refiere a las preferencias ni a los gustos en materia sexual, sino a un paradigma básico, que domina nuestra manera habitual de aproximarnos al sexo, la manera en que lo vivimos y cómo nos afecta.
En primer lugar, quisiéramos afirmar que vivimos inmersos en una gran ignorancia acerca de las posibilidades que involucra el sexo en cuanto a experiencia, del mismo modo como un maestro de yoga o de medicina china podría afirmar que sabemos muy poco sobre las posibilidades de nuestro cuerpo y nuestra mente. En el sexo aún cargamos con siglos de condicionamiento proveniente de valores, creencias y hábitos arraigados y preservados por una cultura patriarcal de la cual apenas hemos tomado conciencia.
Si hoy preguntamos a cualquiera en qué consiste el acto sexual humano normal, dirá que es el acto donde dos adultos se unen a través de sus órganos sexuales, con el fin de procrear, de darse placer o afecto. Los más conservadores dirán que tiene que ser entre un hombre y una mujer, mientras los más liberales aceptarán como normal las relaciones homosexuales. Incluso habrá quien aludirá a la masturbación como una forma legítima de acto sexual con uno mismo. Algunos afirmarán que es necesario que haya pareja estable mientras otros defenderán la promiscuidad y el sexo libre. En general, el acto sexual podrá verse como profano o santo, como romántico o trivial o como simple aliviador de tensiones. Para algunos tendrá que ver con el amor mientras para otros sólo es una necesidad, o incluso una forma de expresión.
Lo cierto es que, desde un punto de vista conductual o fisiológico, toda esa aparente diversidad desaparece. La respuesta sexual no presenta diferencias significativas, ya sea entre ricos o pobres, hétero u homo sexuales, viejos o jóvenes; el hombre actual y el de hace 100 ó 1000 años es casi el mismo en cuanto a conducta sexual. Es cierto que en cierto sentido las cosas han cambiado mucho. Por ejemplo, en Europa hace 200 años el orgasmo no era una experiencia demasiado habitual en las mujeres, ya que la religión oficial lo desestimaba y a veces lo prohibía. En algunas partes incluso, el esposo ni siquiera podía ver la desnudez de la esposa, y el sexo en el matrimonio sólo era aceptado con fines reproductivos. Sabemos que hoy en día, en todos lados ha habido una liberalización progresiva (con excepción de algunos países islámicos) en materia sexual. No obstante, esa gran liberalización de lo sexual no ha aumentado necesariamente nuestra comprensión acerca del sexo, y apenas ha permitido poder plantear cuestionamientos prácticos; la reflexión ha sido más que nada teórica, ya que, como decíamos, en el aspecto conductual el acto sexual (me refiero a la respuesta sexual), sigue siendo la misma.
Sigmund Freud colocó una huella muy profunda cuando señaló de modo tajante, que todo acto sexual normal necesariamente debía culminar en el orgasmo, el cual, al menos en el hombre, aparece 100% ligado a la descarga de la eyaculación. Esa prescripción deja en claro lo que muchos jamás siquiera cuestionan: que el acto sexual se completa cuando el hombre eyacula. El orgasmo, por ende, es el componente o el hecho fisiológico que marca la culminación y consumación.
En primer lugar, quisiéramos afirmar que vivimos inmersos en una gran ignorancia acerca de las posibilidades que involucra el sexo en cuanto a experiencia, del mismo modo como un maestro de yoga o de medicina china podría afirmar que sabemos muy poco sobre las posibilidades de nuestro cuerpo y nuestra mente. En el sexo aún cargamos con siglos de condicionamiento proveniente de valores, creencias y hábitos arraigados y preservados por una cultura patriarcal de la cual apenas hemos tomado conciencia.
Si hoy preguntamos a cualquiera en qué consiste el acto sexual humano normal, dirá que es el acto donde dos adultos se unen a través de sus órganos sexuales, con el fin de procrear, de darse placer o afecto. Los más conservadores dirán que tiene que ser entre un hombre y una mujer, mientras los más liberales aceptarán como normal las relaciones homosexuales. Incluso habrá quien aludirá a la masturbación como una forma legítima de acto sexual con uno mismo. Algunos afirmarán que es necesario que haya pareja estable mientras otros defenderán la promiscuidad y el sexo libre. En general, el acto sexual podrá verse como profano o santo, como romántico o trivial o como simple aliviador de tensiones. Para algunos tendrá que ver con el amor mientras para otros sólo es una necesidad, o incluso una forma de expresión.
Lo cierto es que, desde un punto de vista conductual o fisiológico, toda esa aparente diversidad desaparece. La respuesta sexual no presenta diferencias significativas, ya sea entre ricos o pobres, hétero u homo sexuales, viejos o jóvenes; el hombre actual y el de hace 100 ó 1000 años es casi el mismo en cuanto a conducta sexual. Es cierto que en cierto sentido las cosas han cambiado mucho. Por ejemplo, en Europa hace 200 años el orgasmo no era una experiencia demasiado habitual en las mujeres, ya que la religión oficial lo desestimaba y a veces lo prohibía. En algunas partes incluso, el esposo ni siquiera podía ver la desnudez de la esposa, y el sexo en el matrimonio sólo era aceptado con fines reproductivos. Sabemos que hoy en día, en todos lados ha habido una liberalización progresiva (con excepción de algunos países islámicos) en materia sexual. No obstante, esa gran liberalización de lo sexual no ha aumentado necesariamente nuestra comprensión acerca del sexo, y apenas ha permitido poder plantear cuestionamientos prácticos; la reflexión ha sido más que nada teórica, ya que, como decíamos, en el aspecto conductual el acto sexual (me refiero a la respuesta sexual), sigue siendo la misma.
Sigmund Freud colocó una huella muy profunda cuando señaló de modo tajante, que todo acto sexual normal necesariamente debía culminar en el orgasmo, el cual, al menos en el hombre, aparece 100% ligado a la descarga de la eyaculación. Esa prescripción deja en claro lo que muchos jamás siquiera cuestionan: que el acto sexual se completa cuando el hombre eyacula. El orgasmo, por ende, es el componente o el hecho fisiológico que marca la culminación y consumación.
Por su parte, Master & Johnsonn, en la segunda mitad del siglo XX, quisieron establecer un modelo empírico, basado en la observación de las distintas etapas de un acto sexual. Después de estudiar miles de actos sexuales entre sujetos de las más diversas características y orientaciones, establecieron que la respuesta sexual humana tenía 4 etapas: (1) Excitación, (2) Meseta, (3) Orgasmo y (4) Resolución. Estas etapas pueden graficarse por una curva ascendente, la cual alcanza un punto máximo (el orgasmo), para luego decaer más o menos bruscamente (al menos en el varón) y volver al nivel basal. Dado que el orgasmo representa algo así como una experiencia “peak" en cuanto a su capacidad de remecer al organismo, se lo valora como el estado ideal, aunque en la práctica sólo dure unos breves segundos.
Es así que el modelo de Master y Johnsonn es un modelo “orgásmico”, tal como lo es el de Freud, y aún siendo un modelo descriptivo más que explicativo, de todas formas establece un patrón o norma. En sí mismo ha pasado a ser un mapa de lo que debiera ser una conducta sexual adecuada. Además, ¿Quién podría contradecir al modelo? ¿Acaso todo acto sexual no debe siempre culminar en un orgasmo por parte (al menos) del varón? ¿Quién haría algo distinto y para qué? ¿Acaso no es lo natural, lo que observamos en los animales, por ejemplo?
Es cierto que el modelo de Master & Johnsonn describe con precisión lo que ocurre con nuestra conducta sexual, no obstante deberíamos hacer la pregunta: ¿Es esto natural o aprendido? ¿Existe otra posibilidad? ¿Puede que Master & Johnsonn hayan estado describiendo, sin saberlo, un patrón cultural más que un hecho natural? O también: ¿El hecho que sea natural significa que debemos vivirlo por obligación así? Muchas conductas son naturales y sin embargo las hemos modificado para poder vivir mejor: por ejemplo: orinar o defecar es algo natural, pero lo hemos educado para hacerlo sólo en lugares o momentos adecuados; con un poco de entrenamiento, un atleta o un nadador pueden modificar la forma natural de respirar para así lograr mantenerse corriendo o nadando por mucho tiempo.
Master & Johnsonn no ahondan en si su modelo está describiendo o prescribiendo la respuesta sexual humana. Quizás por la época en que su investigación fue hecha, ellos no consideraron a personas que efectivamente practican un tipo de sexualidad muy distinta que no cabría jamás en el modelo de 4 etapas. Antiguas tradiciones como el taoísmo en China y el tantrismo en la India, nos demuestran que es posible concebir el sexo de modo muy distinto, tanto en la teoría como en la forma de practicarlo. También en los EE.UU. existieron personas, hoy casi completamente olvidadas, que plantearon formas radicalmente diferentes de vivir la sexualidad. En todos esos casos, no se trata de modelos “orgásmicos” que enfatizan la importancia de llegar al orgasmo, sino todo lo contrario, resaltan la importancia de evitarlo. Todas estas doctrinas, filosofías y grandes pioneros, estaban preocupadas por alcanzar un tipo de experiencia mente-cuerpo a través del sexo, para la cual era 100% necesario trascender la forma convencional de hacer el amor. Dichos modelos que la gente llama “tantra”, “karezza” o “tao del amor”, tienen como característica común, el hecho de que se aprende a controlar la descarga sexual. A menudo hablan de orgasmo, pero como una experiencia de gran plenitud más que como explosión. De ninguna manera se están refiriendo al orgasmo convencional descrito por Master & Johnsonn. El tantrismo, el taoísmo y el método Karezza en los EE.UU. son “modelos transorgásmicos”, y he aquí que podemos plantear con claridad a qué nos referimos por sexualidad transorgásmica.
Es así que Sexo Transorgásmico es aquel sexo que se practica sin llegar al orgasmo, ni por parte de la mujer ni por parte del hombre. El énfasis está puesto en el intercambio afectivo y en prolongar lo más posible la etapa de meseta, de modo de gozar del máximo placer que proporciona todo el cuerpo, recorrido por estremecedoras sensaciones que no se agotan. Para hacernos una idea, el acto sexual transorgásmico puede durar 1 hora y más, y estamos hablando de penetración efectiva. Este acto sexual culmina cuando ambos, o uno de los miembros decide terminar y suavemente se retira. En el caso del varón, éste conserva intacta su erección, puesto que no ha eyaculado y por ende no existe ninguna etapa de resolución. Respecto al placer, éste se asemeja más a un tipo de éxtasis; algo que es necesario vivirlo para entender de qué se trata. Ambos miembros de la pareja se ven muy beneficiados con este tipo de relación y el fuego de la pasión que provoca, muy distinto del típico deseo de llegar al orgasmo, se ve incrementado conforme la pareja practica. Digamos que el hombre no pierde el interés (enamoramiento) por su mujer, a la vez que la mujer tampoco por su hombre. En el aspecto de salud y bienestar personal, ambos miembros se sienten más equilibrados, más energizados y vitales. Si practican algún deporte o disciplina espiritual o artística, verán que cuentan con mayor concentración e inspiración. No hay contraindicaciones para hacer del sexo transorgásmico un hábito, siempre que se lo practique dentro de una relación entre adultos responsables que lo han aceptado voluntariamente y que entienden qué están haciendo. Algunas dificultades pueden experimentarse al principio, pero son las dificultades propias de aprender cualquier arte o disciplina. El hecho de que exista una pareja estable que también desee vivir la experiencia, ayudará enormemente al principiante a percibir los beneficios de la práctica.
Muchos mitos existen respecto a este tipo de sexualidad. Se nos ha dicho que si el hombre no eyacula, terminará por producírsele daño, que algo quedará incompleto, que luego al día siguiente andará mal, etc. Respecto a eso, la invitación es a experimentar por sí mismo. Si alguno de esos mitos fuera cierto, quienes llevamos años practicando de seguro ya estaríamos enfermos o tendríamos serios problemas de pareja o de conducta. La verdad es que no es así y, por el contrario, el bienestar tanto personal como la vida en pareja, tienden a mejorar.
Transorgásmico es un término nuevo. Hemos buscado crear una denominación nueva para poder englobar un tipo de sexualidad que nos ha sido mostrada desde distintas tradiciones y culturas, sin necesariamente tener que identificarnos con ellas. Creemos que no es necesario ser un monje tántrico ni seguir sus rituales, ni hacernos un seguidor del Tao para integrar la sexualidad transorgásmica a nuestras vidas. Ésta puede ser practicada con éxito por cualquier occidental, tal como hoy muchos occidentales practican el yoga o la meditación, que originalmente estuvieron asociados a religiones orientales.
Resumiendo los beneficios de la sexualidad transorgásmica, podemos decir, por último, que existen dos grandes énfasis:
1) Para el individuo que practica:
- Mayor ánimo, energía, vitalidad y salud.
- Mayor inspiración y concentración
- Mejora su vida sexual y su vida de pareja.
- Mejora su vida sexual y su vida de pareja.
- Adquiere un mayor equilibrio yin-yang.
- Se conlleva mucho mejor con cualquier práctica espiritual, actividad artística, intelectual o deportiva.
2) Para la pareja:
- Mayor armonía. Las investigaciones señalan que el orgasmo genera distanciamiento emocional, mientras la experiencia transorgásmica ayuda a que ambos se sientan conectados, comunicados.
- Método natural de anticoncepción (no es infalible, pero la experiencia demuestra que una pareja puede estar años sin tener hijos).
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